La oscuridad es absoluta, se escucha un ligero rumor apenas apagado por las gruesas telas que separan el espacio donde se encuentra sentada María y el de aquellos ojos expectantes. El sonido del aire que entra y sale de sus pulmones le ayuda a controlar las palpitaciones que aceleran su ritmo ante esos pensamientos que la embargan: Lo he olvidado todo…
—Atención, respetable público.— Se escucha en el altavoz. —El teatro La casa de la Farsa, se complace en presentar a la prestigiosa compañía Los Itinerantes, que esta noche presentan la obra titulada La muerte de María. Esta es la tercera llamada. ¡Principiamos! Ah, por cierto, ya lo saben, apaguen celulares, tabletas y demás dispositivos electrónicos, médicos mantengan sus localizadores en vibrador y ubíquense en las butacas especiales junto a las puertas. Ahora sí ¡Principiamos!
El sonido de la apertura del telón lentamente es opacado por la banda sonora de un vendaval, al tiempo que la lámpara cenital alumbra a María. Ella sentada en un banco alto al centro del escenario vacío y cubierto de telones negros levanta su rostro hacia el patio de butacas…
—¿Qué hago aquí?— Pregunta, según se lo marca su libreto. El sonido del viento se incrementa y un acorde anticipa la llegada del siguiente personaje que entra a escena con paso ligero, casi como si flotara entra, toda de blanco y un maquillaje que acentúa la delgadez de su rostro.
—Tenemos una cita, y como bien sospechas siempre llegamos a tiempo, tú y yo. En realidad todos conmigo. Y nunca es posible llegar tarde, ya te imaginarás lo cansado que es para mí, particularmente cuando hay guerras, masacres, genocidios, atentados, epidemias… organizar a tantos individuos y llevarlos a donde tengan que llegar, yo tan solita y tan poco querida. Claro, dirás que los suicidas, pero siempre, todos, se arrepienten en el último momento, bueno, casi todos… Aunque la verdad es que es cuando tienen su cita conmigo…
—Perdón— interrumpió María —y ¿tú eres…?
—¿Yo, querida? Veo que eres igual que todos, siempre me desconocen, primero me citan y después me niegan: “No ha llegado mi momento”. “Aún no es tiempo”. “Dame cinco minutitos más…”, como si en cinco minutos pudieran remediar algo.
—Pero ¿quién…?
—¡Ya!— interrumpió la actriz caracterizada —Me conocen con muchos nombres, ya sabes, pero para ti…— suenan nuevos acordes en el sonido ambiental. —Para ti soy: La muerte de… ¿cuál es tu nombre?
—María.
—La muerte de María.— Y la música suelta un nuevo acorde al tiempo que las risas de los espectadores comienzan a fluir. —¿María? mmm… esta mañana tu nombre no estaba en mi agenda ¿qué hacemos aquí?
—Es exactamente eso lo que quiero saber. ¿Puedo hacerte unas preguntas? aprovechando que estás aquí.
La muerte de María, en su desconcierto, con un leve gesto asiente a la petición mientras guarda su agenda, María, sin pudor alguno, dejando lo políticamente correcto de lado, formula la frase que deja dubitativa a su interlocutora: —¿Qué haces con las almas que te llevas?— Los espectadores entonces recomponen los cuerpos en la butaquería, apenas lleva unos minutos la función y su atención ha sido plenamente captada.
—Pensé que era obvio, las llevo a su destino final.
—¿Nada más? Pensé que… no sé que pensé. ¿Cuál es el proceso para llevarlas a su destino? Me imagino que las transportas ante un juez y después al cielo o al otro lado, ya sabes, el infierno.
—¿Qué? ¿De dónde sacan esas ideas? ¿Qué no escuchan a sus grandes maestros, filósofos, poetas? Mi única labor es ayudarles a desprenderse del cuerpo físico para que puedan unirse nuevamente a su fuente. Soy, por buscar una analogía, como un mensajero, recibo el paquete del cliente, lo saco de su empaque y entrego a su fuente…
—¿Lo sacas de su empaque? Los mensajeros no hacen eso, por el contrario, deben cuidar que el empaque no sufra daños.
—No en este caso, el empaque es lo desechable, lo que estorba, lo que debe ser reciclado para que sea re-aprovechado… Aunque siendo justos, el empaque, es decir el cuerpo, es usado como una herramienta de aprendizaje, el alma toma partículas de energía y forma el cuerpo que le permite experimentar, conocer, tomar consciencia de sí. El inconveniente es que la mayoría de las almas, o debo decir la mayoría de las individualizaciones de la gran fuente, se pierden en las sensaciones, crean apegos y se aferran al cuerpo como si éste fuera la vida…
Los espectadores inquietos en sus asientos, se escucha algún carraspeo, el frotar de las telas al moverse de un lado para otro en ese reducido espacio entre los descansabrazos.
—¡Espera!— interrumpió María —Estás diciendo que el cuerpo, yo misma, soy como un títere manejado por titiritero y mi sufrimiento es la trama que ha escrito para mí ¿correcto?
—Eso mismo, sólo con una sutil diferencia, el titiritero eres tú, y esa parte que cree que eres el títere es tan sólo la mente que percibe la experiencia.
Los rumores se extienden por la sala, se alcanzan a escuchar voces que dicen: “Eso es blasfemia”, “Sólo es teatro, no creas nada”, “Necesito ir al baño”.
—Lo que dices suena muy… suena a… es como…
—¿Metafísico, espiritual, conferencia de gurú?
—Sí, todo eso.
—En cierta forma es así, una percepción más.
—¿Y el dolor que siento?
De pronto una anciana se pone de pie increpando “¿Contesta? ¿Qué pasa con el dolor? tantos años sufriendo con mi artritis…”, el acomodador se apresura a la fila y murmurando solicita a la mujer que tome su lugar, causando el abucheo de la multitud: “Déjala”, “A mí me duele el riñón”, “yo no les creo nada”. Las luces de la sala se encienden dejando ver a la nutrida concurrencia, la mayoría vistiendo el uniforme escolar. La muerte de María, elevando la voz continúa con la representación.
—¿El dolor? ¿Dónde sientes realmente el dolor?
—Aquí mira, y también por acá y más acá— replica María señalándose distintas partes de su cuerpo.
—Vamos a hacer un pequeño experimento, para ver si puedo saber qué es el dolor.
—Claro, tu no sientes dolor porque eres insensible, te la pasas cortando vidas con… ¡Mira! ¡No cargas guadaña!
—Claro que no, eso es sólo una imagen para darme mala fama, ya te dije, sólo soy la mensajera. Pero volvamos al dolor, quiero saber qué es. Olvida la palabra dolor y ahora dime ¿Qué es lo que sientes?
—Aquí, como cosquillas… por acá, pues, una presión, una “apretura”… y más acá un calorcito que… mmm… hasta puede sentirse rico.
—Entonces ¿qué es el dolor?
—Lo que siento, por eso me ve el médico… No me mires así… Está bien, me esforzaré más. Es ¿una sensación?… Una sensación que me enseña algo.
—No lo sé, dímelo tú.
—No te lo puedo decir porque sólo lo siento y sé que se llama dolor y…
—Cosquilleo, presión, calorcito rico ¿eso es dolor? Tú lo dijiste.
En este momento de la representación el público nuevamente se encuentra en silencio, Pensando en lo que ven en escena. La función se desarrolla de forma similar durante los siguientes 80 minutos, algunas interrupciones por parte del público asistente, algunas personas que abandonan la sala conforme sus creencias son cuestionadas. Al caer el telón final un hombre sentado, inmutable, con una sonrisa en el rostro. El acomodador se aproxima para ver si algo se le ofrece, a lo que éste sólo comenta:
“Ahora lo entiendo todo. Ya no tengo dolor, tan sólo sensaciones que me recuerdan que habito en un cuerpo y que el sufrimiento sólo es la consecuencia de mis pensamientos erróneos de que soy el cuerpo. Pero sólo soy el pasajero que viaja en un cuerpo, que muestra que estoy en la vida y que ésta transcurre únicamente en el presente.”